EL SECRETO DE UNA VIDA FELIZ
“Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec. 1:2).
“Vanidad de
vanidades, todo es vanidad”,
lo que equivale a «vacuidad», es decir “Todas las cosas dan fastidio, más de lo que el hombre puede expresar” (Ec. 1:8). Y a partir del versículo 8, el texto de Eclesiastés es una exposición de sucesivas frustraciones: la futilidad de la sabiduría humana (Ec. 1:17), el placer (Ec. 2:1), la abundancia de posesiones materiales (Ec. 2:10). Prosigue el predicador la exposición de males y frustraciones que acompañan a las experiencias más variadas del ser humano, todo lo cual culmina con la enigmática experiencia de la muerte.
“Me llaman mimado de la fortuna, y no me quejo del curso de mi vida. Sin embargo, todo ha sido fatiga y dolor. Puedo decir con verdad que en setenta y cinco años no he disfrutado ni cuatro semanas de verdadera satisfacción”. No es de extrañar que filósofos existencialistas como Sartre o Camus hayan visto la vida humana envuelta en la más negra oscuridad y que algunos de ellos hayan visto el suicidio como única salida coherente. No es de extrañar que tal visión de falta de sentido de la vida mueva a un número creciente de personas a visitar la consulta de psiquiatras o psicólogos. Después de casi tres mil años,
los problemas de la existencia humana siguen Pero en el fondo la conclusión del libro es mucho más luminosa de lo que puede parecer a primera vista. A pesar de todas las vanidades, no induce a la desesperación. Más bien aconseja disfrutar con moderación y sensatez de los goces que todavía puede ofrecer la vida. Todo ello bajo la soberanía de Dios y la autoridad de sus leyes. Así se deduce de la conclusión del libro: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre” (Ec. 12:13).
Plenitud de plenitudes... ¡todo plenitud! Don Miguel de Unamuno gustaba de contraponer la plenitud a la vanidad. Había mucho de verdad en esa contraposición. No todo es vacío y desilusión. Hay algo -Alguien- que con la plenitud de sus dones colma de satisfacción a quienes confían en él y le siguen. Ese Alguien es el Dios que se reveló en su Hijo eterno, Jesucristo. De Él declara Cristo mismo: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10). Posiblemente estas palabras de Jesús inspiraron al apóstol Juan a escribir: “De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). ¿Plenitud de qué?
Plenitud de sabiduría. A los redimidos por la sangre de Cristo, Dios se nos concede como don preciadísimo “toda sabiduría e inteligencia” (Ef. 1:8). Obviamente no se refiere esta sabiduría a la posesión de grandes conocimientos científicos o a capacidad para formular intrincados sistemas filosóficos. La sabiduría, en su sentido bíblico, tiene un carácter moral y espiritual. La verdadera sabiduría es la que se obtiene de la revelación de Dios en Cristo. Hondamente iluminadoras son las palabras de Jesús en una de sus oraciones: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas de los sabios y de los entendidos y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y nadie conoce perfectamente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo lo quiera revelar (...). Venid a mí...” (Mt. 11:25-28). En Cristo, el creyente que va a Él descubre no sólo plenitud de sabiduría, sino también
Plenitud de paz. Es la paz que mostró el Señor
Jesucristo en los momentos más “La paz os dejo; mi paz os doy” (Jn. 14:27). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Es comprensible que los apóstoles predicaran “la paz por medio de Jesucristo” (Hch. 10:36) y que uno de ellos -Pablo- recomendara la oración intensa para obtener sosiego en todo tipo de circunstancias “y la paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:6-7).
Plenitud de gozo. En la vida del creyente, la paz viene íntimamente relacionada con el gozo. Ambas realidades aparecen de forma consecutiva en la descripción del fruto del Espíritu (Gá. 5:22). La paz de Cristo genera gozo y éste, a su vez incrementa la paz. Palabras del Señor Jesús: “Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15:11). Este ingrediente de la felicidad no podía faltar en la relación Maestro-discípulo, Señor-siervo. En la vida de los seguidores de Cristo no faltan oposición y tribulaciones, pero al final “todo se torna en gozo” (Jn. 16:20).
Abundancia de esperanza. En la vida del cristiano no todo
acaba en desilusión, en «vanidad» y amarga frustración. Con sabiduría
excelente, el escritor sagrado escribe el final de su discurso: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, A la “vanidad de vanidades” de Eclesiastés contrapone Pablo la culminación de su mensaje: “La creación perdió toda su razón de ser, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso; pero le quedaba siempre la esperanza de que también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción a la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8:20-21, DHH).
¡Glorioso triunfo de la gracia de Dios!
José M. Martínez pensamientocristiano.com
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"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre,
Para que seamos llamados hijos de Dios"
1a Juan 3:1.
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