CONOCIENDO LA DOCTRINA BÍBLICA
CRECIMIENTO Y MADUREZ DEL CRISTIANO
a) Venciendo la tentación:
Satanás está al lado nuestro buscando a quien devorar... (1ª Pedro 5:8). Cuando ocurre la tentación en nuestras vidas, podemos recurrir al Señor y a su Palabra para salir victorioso, y no pecar. Así lo vemos en el Señor Jesús. “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo... vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían” (Mateo 4:1-11).
Ésta es una de las finalidades del Apóstol Juan al escribir su primera carta, el recurrir al Señor y a Su Palabra para salir victorioso, y no pecar. “... para que no pequéis...” (1ª Juan 2:1).
A Satanás hay que resistirle firmes en la fe (1ª Pedro 5:9). Hay que someterse primero a Dios, y luego resistirle, y éste huirá. “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
Esto sería lo ideal, pero hemos de reconocer que no siempre sucede así, sino que a veces caemos en la tentación y pecamos. ¿Qué hacer en este caso? ¿Está todo perdido? Antes de contestar, vamos a considerar a David, del que se dice que fue según el corazón de Dios, pero que no era perfecto, y en más de una ocasión pecó. Veamos que le sucedió a David: David peco gravemente, de adulterio (con Betsabé), y asesinato (mató al esposo, Urías), y pensó que nadie se enteraría y que no pasaría nada, pero no fue así. Podemos verlo en (2º Samuel 11:1-27). Dios sí que se enteró, y David mientras no reconoció su pecado, lo pasó muy mal (Salmo 32:3-4). Ante ésta situación, Dios manda al profeta Natán a David, y éste le cuenta una anécdota, y David reacciona con dureza frente a aquel que hizo tal maldad. Es algo que nos suele suceder, enseguida vemos el pecado de los demás, y estamos prestos a censurarlo, sin embargo nos cuesta mucho ver nuestro propio pecado. Veamos el relato bíblico (2º Samuel 12:1-13). Por fin David se da cuenta, y confiesa su pecado a Dios. Después David escribiría el Salmo 51, donde se refleja la confesión a Dios de su pecado. También escribiría el Salmo 32, donde se puede ver como se encontraba David antes de confesar su pecado, la confesión del mismo, y la restauración de David. Después de haber examinado este acontecimiento, vamos a contestar la pregunta que teníamos pendiente: ¿Qué debemos hacer cuando hayamos cometido pecado? Volvamos a (1ª Juan 2:1-2) y (1ª Juan 1:9). La solución está en confesar a Dios nuestro pecado, recurriendo a la sangre de Cristo, y ésta lógicamente, es la que nos limpia de todo pecado. Una vez hemos confesado nuestro pecado, se restablece la comunión con Dios que había quedado interrumpida, con el fin de que se produjera en nosotros el consiguiente arrepentimiento, y pudiera haber de nuevo restauración.
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"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre,
Para que seamos llamados hijos de Dios"
1a Juan 3:1.
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